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Mijaíl Gorbachov, líder soviético reformista, muere a los 91 años

Mijaíl S. Gorbachov, cuyo ascenso al poder en la Unión Soviética puso en marcha una serie de cambios revolucionarios que transformaron el mapa de Europa y pusieron fin a la Guerra Fría que amenazó al mundo con la aniquilación nuclear, murió en Moscú. Tenía 91 años.

Su muerte fue dada a conocer por las agencias de noticias estatales rusas, que mencionaron al hospital central en Moscú. El informe decía que había muerto tras “una larga y grave enfermedad”, que no se especificaba.

Pocos líderes del siglo XX, de hecho de cualquier siglo, han tenido un impacto tan profundo en su época. En poco más de seis años tumultuosos, Gorbachov levantó la Cortina de Hierro, alterando de manera decisiva el clima político del mundo.

En su país prometió y brindó mayor apertura mientras se dispuso a restructurar la sociedad y una economía en dificultades. No fue su intención acabar con el imperio soviético pero a cinco años de llegar al poder presidió la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Finalizó los infortunios en Afganistán y, en cinco meses extraordinarios de 1989, se mantuvo firme mientras el sistema comunista implosionaba desde los Bálticos hasta los Balcanes, en país ya debilitados por una corrupción generalizada y economías moribundas.

Al asumir el poder, Gorbachov era un hijo leal del Partido Comunista, pero que había llegado a ver las cosas con nuevos ojos. “No podemos vivir más de esta manera”, dijo una vez.Credit…Rex Features vía Associated Press

Debido a esto, lo acosaron por igual los conspiradores comunistas de línea dura y los liberales decepcionados: los primeros porque temían que destruiría el viejo sistema y los segundos por miedo a que no lo hiciera. Fue en el extranjero donde lo calificaron de heroico. Para George F. Kennan, el distinguido diplomático y sovietólogo estadounidense, Gorbachov era “un milagro”, un hombre que veía el mundo tal como era, sin ceguera ante la ideología soviética.

Al asumir el poder, Gorbachov era un hijo leal del Partido Comunista, pero que había llegado a ver las cosas con nuevos ojos. “No podemos vivir más de esta manera”, le dijo a Eduard A. Shevardnadze, quien se convertiría en su ministro de Relaciones Exteriores de confianza, en 1984. En cinco años anularía mucho de lo que el partido consideraba inviolable.

Hombre de apertura, visión y una gran vitalidad, al mirar el legado de siete décadas de régimen comunista veía corrupción oficial, una fuerza laboral sin motivación ni disciplina, fábricas que producían bienes de mala calidad y un sistema de distribución que garantizaba a los consumidores poco más que estantes vacíos, vacíos de casi todo excepto vodka.

La Unión Soviética se había convertido en una gran potencia mundial agobiada por una economía endeble. A medida que la distensión Occidente-Oriente permitió que su sociedad cerrada tuviera más información, las crecientes élites tecnológicas, científicas y culturales ya no podía dejar de comparar a su país con Occidente y lo consideraban deficiente.

[Este obituario será actualizado en breve. Aquí puede leerse la versión completa en inglés.]

Anton Troianovski e Ivan Nechepurenko colaboraron con reporteo.


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