Una duda se cierne sobre las elecciones de Brasil: ¿habrá golpe?
Una pregunta simple pero alarmante domina el discurso político en Brasil cuando faltan apenas seis semanas para las elecciones nacionales: ¿Aceptará el presidente Jair Bolsonaro los resultados?
Durante meses, Bolsonaro ha atacado a las máquinas de votación electrónica de Brasil diciendo que están plagadas de fraude —a pesar de que prácticamente no hay pruebas— y a los funcionarios electorales de Brasil por estar alineados contra él. Ha insinuado que disputaría cualquier derrota a menos que se realicen cambios en los procedimientos electorales. Ha alistado a los militares brasileños en su batalla. Y ha dicho a sus decenas de millones de seguidores que se preparen para luchar.
“Si es necesario”, dijo en un discurso reciente, “iremos a la guerra”.
Con la votación del 2 de octubre, Brasil se sitúa ahora en la vanguardia de las crecientes amenazas globales a la democracia, impulsadas por líderes populistas, extremismo, electorados muy polarizados y desinformación en internet. La cuarta democracia más poblada del mundo se prepara para la posibilidad de que su presidente se niegue a dejar el poder por acusaciones de fraude que podrían ser difíciles de desmentir.
Sin embargo, según entrevistas con más de 35 funcionarios del gobierno de Bolsonaro, generales militares, jueces federales, autoridades electorales, miembros del Congreso y diplomáticos extranjeros, la élite del poder en Brasil se siente confiada de que, aunque Bolsonaro pudiera disputar los resultados de las elecciones, carece del apoyo institucional para dar un golpe de Estado exitoso.
El último golpe de Brasil, en 1964, condujo a una brutal dictadura militar que duró 21 años. “La clase media lo apoyó. Los empresarios lo apoyaron. La prensa lo apoyó. Y Estados Unidos lo apoyó”, dijo Luís Roberto Barroso, juez del Supremo Tribunal Federal y ex jefe de la autoridad electoral de Brasil. “Pues bien, ninguno de estos actores apoya un golpe ahora”.
En cambio, los funcionarios se preocupan por el daño duradero a las instituciones democráticas de Brasil —las encuestas muestran que una quinta parte del país ha perdido la fe en los sistemas electorales— y por la violencia en las calles. Las afirmaciones de fraude de Bolsonaro y su potencial negativa a aceptar una derrota se hacen eco de las de su aliado Donald Trump; los funcionarios brasileños mencionaron repetidamente el ataque del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Estados Unidos como un ejemplo de lo que podría suceder.
“¿Cómo tenemos algún control sobre esto?”, dijo Flávio Bolsonaro, senador e hijo de Bolsonaro, en una entrevista con el periódico brasileño Estadão en referencia a la violencia potencial. En Estados Unidos, dijo, “la gente estuvo al tanto de los problemas del sistema electoral, se indignó e hizo lo que hizo. No hubo orden del presidente Trump y no habrá orden del presidente Bolsonaro”.
Este mes, más de un millón de brasileños, entre los que se encuentran expresidentes, académicos de alto nivel, abogados y estrellas del pop, firmaron una carta en defensa de los sistemas de votación del país. Los principales grupos empresariales de Brasil también publicaron una carta similar.
El martes, en un acto al que acudieron casi todas las principales figuras políticas brasileñas, otro magistrado del Supremo Tribunal Federal, Alexandre de Moraes, asumió el cargo de nuevo jefe de elecciones del país y advirtió que castigaría los ataques al proceso electoral.
“La libertad de expresión no es libertad para destruir la democracia, para destruir las instituciones”, dijo. Su reacción, añadió, “será rápida, firme e implacable”.
La multitud se puso en pie y aplaudió. Bolsonaro se quedó sentado y frunció el ceño.
Bolsonaro, cuyos representantes declinaron las solicitudes de entrevista, ha dicho que está tratando de proteger la democracia de Brasil mediante el fortalecimiento de sus sistemas de votación.
Entre los funcionarios entrevistados, hubo un amplio desacuerdo sobre si al presidente derechista lo impulsaba una genuina preocupación por el fraude o simplemente el miedo a perder. Bolsonaro ha quedado constantemente por detrás del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, un izquierdista, en las encuestas de opinión; si nadie gana la mayoría de los votos el 2 de octubre, está prevista una segunda vuelta para el 30 de octubre.
Sin embargo, hay cada vez más esperanzas de que suceda una transición sin sobresaltos si Bolsonaro pierde, porque el mandatario ahora parece estar dispuesto a una tregua.
Sus aliados, incluyendo altos oficiales de las fuerzas armadas, están a punto de comenzar negociaciones con De Moraes sobre los cambios al sistema electoral diseñados para atender las críticas de seguridad del presidente, según tres jueces federales y un alto funcionario del gobierno cercano a las conversaciones previstas, que hablaron bajo la condición de anonimato porque son confidenciales.
La idea es que Bolsonaro retroceda en sus ataques a las máquinas de votación, dijeron estas personas, si los funcionarios electorales aceptan algunos cambios solicitados por los militares de Brasil.
“Tengo plena confianza en el sistema electoral de Brasil. Eso tampoco significa que sea infalible”, dijo Ciro Nogueira, jefe de gabinete de Bolsonaro. “Estoy seguro de que, como dice el presidente, el pueblo tendrá su opinión”. Y el sábado, Bolsonaro pareció insinuar en un mitin que aceptaría los resultados de las elecciones.
Sin embargo, Bolsonaro ha hecho comentarios similares en el pasado y acordó una tregua similar el año pasado… y luego continuó sus ataques.
Esos ataques han surtido efecto. Desde junio, los usuarios brasileños de Twitter han mencionado las máquinas de votación de Brasil más que la inflación o los programas de bienestar social en relación con las elecciones, y casi tanto como los precios de la gasolina, que han sido un punto importante del debate político, según un análisis realizado por investigadores de la Escuela de Comunicación de la Fundación Getúlio Vargas solicitado por The New York Times.
Un sondeo realizado el mes pasado mostró que el 32 por ciento de los brasileños confía “un poco” en las máquinas de votación y el 20 por ciento no confía en ellas para nada.
Y mientras que bastantes de los partidarios de Bolsonaro están convencidos de que el voto puede estar amañado, muchos más también tienen armas. Bolsonaro facilitó la compra de armas de fuego por parte de civiles con restricciones más laxas para los cazadores, y ahora más de 670.000 brasileños poseen armas bajo esas normas, 10 veces más que hace cinco años.
Dentro de su gobierno, Bolsonaro se ha visto cada vez más dividido entre dos facciones.
Una de ellas ha animado al presidente a dejar de atacar las máquinas de votación porque creen que el tema es impopular entre los votantes más moderados que necesita ganar y porque la economía de Brasil está repuntando, lo que ayuda a sus posibilidades de reelección, según dos altos asesores del presidente.
Dijeron que el otro grupo, liderado por antiguos generales militares, ha alimentado al presidente con información errónea y lo ha instado a seguir advirtiendo de posibles fraudes.
Los funcionarios electorales invitaron el año pasado a los militares a unirse a un comité para mejorar los sistemas electorales. Los militares sugirieron una serie de cambios, pero los funcionarios electorales dijeron que no podrían aplicarse a tiempo para la votación de octubre.
Pero los líderes militares siguen presionando en busca de un cambio en particular: que las pruebas de integridad de las máquinas de votación se realicen con votantes reales, en lugar de con simulaciones.
A los militares les preocupa que un pirata informático pueda implantar un software malicioso en las máquinas de votación que reconozca las simulaciones y permanezca inactivo durante esas pruebas, lo que le permitiría evadir la detección.
Un experto en seguridad electoral dijo que tal hackeo es concebible pero improbable.
De Moraes, el nuevo jefe de elecciones, ha señalado que estaría dispuesto a realizar cambios en los sistemas de votación, aunque no está claro lo que podría lograrse para el 2 de octubre.
Bolsonaro lleva mucho tiempo en desacuerdo con De Moraes, que ha dirigido las investigaciones sobre las denuncias de desinformación y filtraciones de material clasificado que implican al presidente y a sus aliados. Bolsonaro ha criticado a De Moraes por considerarlo políticamente motivado, y dijo en un mitin el año pasado que ya no acataría sus dictámenes, declaración de la que luego se retractó.
Por lo tanto, se esperaba que el ascenso de De Moraes a la presidencia del tribunal superior electoral de Brasil agravara aún más las tensiones.
Pero en las últimas semanas, él y Bolsonaro han comenzado a chatear por WhatsApp en un esfuerzo por arreglar su relación, según una persona cercana al presidente. Cuando De Moraes le entregó en mano una invitación para su investidura como presidente del tribunal electoral este mes, Bolsonaro le regaló una camiseta del Corinthians, el equipo de fútbol favorito de De Moraes. (El Corinthians es el archienemigo del equipo favorito de Bolsonaro, el Palmeiras).
Con las tensiones a flor de piel, los dirigentes brasileños decidieron hacer de la toma de posesión de De Moraes el martes de la semana pasada —normalmente un acto de trámite— una demostración de la fortaleza de la democracia brasileña.
En un anfiteatro modernista y subterráneo, los jefes del Congreso brasileño, el Supremo Tribunal Federal y los militares se unieron a cinco de los seis presidentes vivos de Brasil para la ceremonia, incluidos Bolsonaro y Lula da Silva.
Las cámaras enfocaron a Bolsonaro junto a De Moraes en la mesa principal, una escena poco habitual. Conversaron en voz baja, a veces entre risas, durante todo el evento. Entonces De Moraes se levantó para su discurso. Antes del evento, había advertido a Bolsonaro que no lo disfrutaría, según una persona cercana al presidente.
“Somos la única democracia del mundo que calcula y publica los resultados electorales en el mismo día, con agilidad, seguridad, competencia y transparencia”, dijo. “La democracia no es un camino fácil, exacto o predecible. Pero es el único camino”.
La sala le dedicó una ovación de 40 segundos. Bolsonaro fue de los primeros en dejar de aplaudir.
Después, los dos hombres posaron para una foto. No sonrieron.
Jack Nicas es el jefe de la corresponsalía del Times en Brasil, que abarca Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Antes cubría tecnología desde San Francisco. Antes de unirse al Times, en 2018, trabajó durante siete años en The Wall Street Journal. @jacknicas • Facebook